25 sept 2008

Haz de polvos amarillos

Atravesándose, un espejismo de gargajos verdes y un crujido cristalino, bajo el régimen absoluto de la estrella más famosa. Hacía calor en mediodía y todos estábamos sudados.
Ese incómodo procedimiento siderúrgico hizo que me fuera de allí, ojos magnetizados por el centro del abismo, manos amarradas al yugo y desaparecí. Había que encaramarse por encima de la puerta, pues abrirla se hacía más difícil con la benevolencia del óxido marino. Había un rocío a las diez de la mañana que a todos los mojaba, los intoxicaba la baba de crustáceo y la penitencia de girar hacia dentro, como arremolinándose mareas y culpas hacia donde empiezan los brazos en el cuerpo. Mi articulación está rota, pues tiene engranes débiles, un tendón desnutrido que ceder. ¿Quién quiere ser tan fuerte como para ser el único capaz de destrozarse?
El ronquido de la máquina siempre trae violencias cómodas a mi espalda, el grumo se relaja y el rostro se configura para condensar esos fríos mentales gaseosos en un rígido y abrupto rostro impenetrable. La sonrisa alcanza los peores antros de la malicia cuando tiembla el futuro y se puede adivinar. Caracoles, quién deduce el afán de los caracoles. Quién le rasca la espalda a los maricas, ¿quién lo vio subirse? El copiloto tiene la piel al revés, prefiere la conclusión que el orgasmo. Él dice que en esta ciudad hay un fantasma intermitente que pellizca con la distorsión de madrugada. El nuevo sentido: el regalo a mis enamoradas tiene la hierba sensible, puede caerse con una mentira detrás del escondite de los besos, con los temblores más fríos y las caídas más lentas. La peste de murciélago, bandido de las preguntas, germen místico, palabra o halago, o egofonía, ahora sí quiero de esa comida servida sobre la mesa sucia pero reluciente de donde escapé. Mi apetito era como un niño nuevo y tantos ojos lo acongojaron. Quiero que me diga para donde vamos o me deje solo para masturbarme. Bueno, vamos entonces a esa ciénaga a reventar gallinas con el pensamiento, a vaciarles las mollejas porque estamos aburridos. Antes de la ciénaga, al margen de la carretera, vimos en el arenal de tierras amarillas a un buldózer encadenado a una estaca y por la boca se le escurría la saliva y tenía los músculos muy grandes y sudaba, porque era mediodía y el rocío ya había sido hace rato y había una avestruz gris que lo iba a picotear, que no metía la cabeza en la tierra, porque era amarilla, bajamos la velocidad y la abominación le mordió las alas, seguimos hasta la ciénaga porque había salido mucha sangre del cuerpo incómodo del ave, de zancas impresionantes, calva y parda, de ojos pequeños, como la mitad de un huevo de gallina sobreviviente al fusilamiento telepático de la ciénaga. Y la avestruz era bella, porque caminaba estúpida alrededor del perro, con sus piernas impresionantes, haciendo nubes en la tierra amarilla, bajo la estrella más famosa, calentándose sus desnudas plantas, qué genio habrá inventado las medias y los zapatos y la telepatía. Giré el volante porque el avestruz no sanaba, ni en mi cuerpo ni en el suyo. Esta vez con lesiones más graves en el tiempo, aparcamos y apagamos, se detuvo el ronquido y el mamífero temblaba de furia con la imagen del ave que caminaba herida y libre. ¿Por qué estaba encadenado el perro? Ya no salía sangre y parecía ser un cuerpo fuerte el que atendía las urgencias de la herida, subimos otra vez, por encima otra vez y lo hice roncar, un relincho de caballo metálico envolvió el auto en un meteorito afanado hacia la ciénaga y vimos hacia atrás como el prisionero clavaba sus dientes babosos en la espalda suave y como gritaba inmóvil, el día, el espejismo de gargajos verdes. No regresamos esta vez, tenían que matarse y abastecerse. Ya en la ciénaga el copiloto llevaba un número mucho mayor de gallinas muertas, es que estaba distraído, el buldózer debía estar arrastrando el cadáver hasta su estaca y satisfecho, dejaría el cuerpo a la rapiña y estas aves pequeñas graznarían porque están comiéndose a la de los huevos más grandes, quería devolverme y este mozalbete sí está haciendo lo que se hace en la ciénaga, explotar las gallinas con el pensamiento, devolvámonos, pronto, hay un avestruz despavorida, haciéndose idéntica a su calavera, explotémoslo, al buldózer.
Atravesados, como gargajos verdes en el sol, rápido llegábamos al círculo antes de la ciénaga, de tierra amarilla, en un espejismo de gargajos verdes, el copiloto mudo y yo, estábamos sudados, bajo la estrella más famosa que calentaba lo sesos polvorientos en el cráneo del buldózer, que una avestruz picoteaba.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Quién quiere ser tan fuerte como para ser el único capaz de destrozarse?

usted sabe..

Att:ElViento

Anónimo dijo...

Bajo la estrella más famosa.

Anónimo dijo...

soy gay

Anónimo dijo...

y me contrapongo a la transpolarización de las antagonias acuosas y persistentes, aquellas que evaporan y dilatan mis cromatidas..

no soy mas que un virus infeccioso, que ha encontrado la forma de vivir aleatoriamente, hospedandome en blogs aleatorios, escribiendo en entradas aleatorias.

usted sabe..

Anónimo dijo...

you know

Viviana B. Troya dijo...

Santi, mi escritor favorito, ojala podamos alguna vez ir a otro concierto juntos. Hacer fila, sin esperar a nadie.

Unknown dijo...

Me gusta mucho este blog, las ideas, las historias, algo poco común y de gran valor, desconocido y que me gustaría que fuera mas apreciado.