13 mar 2012

Cidrón el antropófago

Para Fitus y la Eme u

Las anotaciones que se encontraron en su estudio tenían derramados los colores de la inocencia. El profesor Primitivo Sierra Descalzo residía en aquella casona cerca del puerto desde el día de los cangrejos, esos que cansados de tanto buque y tanta red, saliéronse de las aguas para poblar las cuevas que debajo del malecón, las piedras construían.

El señor Don Ignacio Baca, alfarero fracasado, entregó su casa al biólogo con todo y arcillas aterrado por el batallón crustáceo. Además, tanta marea le hacía temblar las manos cuando querían domesticar las danzas del torno. Eso fue lo que Dijo él, con llavero en mano, que tipo tan nervioso, masticando maderitas día y noche, frenético.

En la gastada libreta con pastas de cuero ocre, se encontraban organizadas con la más minuciosa filigrana, las características de los once casos que el profesor estudió y clasificó según gravedad y cronología:

“El señor Hugo Mendieta fue infectado entre el 6 de noviembre y el 25 del mismo mes, pues su singular renuncia como administrador del puerto ocurrió una semana después de la última fecha estipulada. De esta manera, concluyo que esta bacteria, virus o epifanía, tarda un mes en madurarse.”

“Bernardo Tenorio presenta una extraña luz en sus ojos, como tragado el sol por su retina. El día de infección hipotético el de la fiesta de la inmaculada concepción, pues este isleño ató sus buques en la nochebuena, les amarró los remos con cordón de tripa y los prendió con medio galón de gasolina. Ahora camina alegre y arreglado, nada le quita el lucero de los ojos, ni siquiera no encontrar lo que sin saber persigue.”

“Anónimo. Fecha desconocida. Lo confesó todo, incluso sus crímenes primeros. Gritaba que su verdad le haría digno del aroma lindo mientras los policías le esposaban, y el con su sonrisa quieta, tranquila. Según el mozo de tez morena, se lo habían dicho los cangrejos, que confesar, que así ella vendría a doblar sus veces, con su aroma lindo. Me atrevo a hipotetizar que el señor Don Ignacio Baca en algo se relaciona con el asesino. Será en la fuerza de los cangrejos? Será en las maderitas?”

El profesor había abandonado sus clasificaciones de fauna silvestre justo el día en el que la señora de Mendieta, se había arrodillado suplicándole por el regreso de su marido, más bien de su mirada, que perdida entre mareas de inmensa alegría ya no le miraban, ya no le oían, solo buscaban. Entregó al Instituto de Biología y al de cartografía, una solicitud de permiso por tres meses, explicando la gravedad de lo que ocurría al haberse registrado hasta el momento tres casos con un patrón de espontaneidad y alegría que les enlazaba.

Desempolvó de sus cajas viejas aquella libretita ocre e interrogó a todos los implicados con este mal de ojos y luceros.

“Raúl Cisneros Y Héctor Cobo al parecer fueron infectados al tiempo y a la par. Estos ornitólogos peruanos que pasábanse el día entero binoculeando pájaros desde la costa tierna, el muelle o el astillero, liberaron la mañana del diez de enero sus más de treinta y cinco ejemplares de las doce especies de ovíparos costeros que deambulan por aquí. Cuando fui a investigarles los ojos a estos mis colegas, estaban mar adentro, desnudos y eufóricos, aullándole al caldo primitivo, rogándole sus brazos magnífico, una pizca de su aroma lindo.

No puede ser una coincidencia, esta plaga solo traga varones.”

Luego de esta sentencia nacía del borde inferior de la página un garabato del mar, abrazando los cuerpos-júbilo de los jóvenes pajareros.

“José María Fiero padece un síntoma particular: ya no sabe el español. Lo único que dice lo canta, su léxico son Agustín Lara, Pedro Vargas, Pérez Prado y Celia, en todas sus mixturas.

Este atrapa gringos del malecón, arrojó su cúrcalo* al cardumen (con un par de maracas adentro y una botellita de destilado de caña) se enderezó el sombrero y el andar de las plantas a la cintura. Canta en un registro más bajo, como de galán y se perfuma con Suchel salvaje por la mañana, va al mercado y se atiborra de durazno y mangostino que le hacen tierno pero viril, según sus sones. Esto le ocurre desde el día veintinueve del mes de enero.”

“Diógenes, Saúl y Pedro, ya no son hombres del mar. En días diferentes de la segunda semana de Febrero, cuando se aleja el frío de la costa, este capitán y sus subordinados abandonaron para siempre el Gloria de aguasfrías, barco pesquero que por más de tres lustros distribuyó bacalao, sierra y atún a las pesqueras del puerto.

El primer desertor fue Pedro, encargado de la limpieza de cubierta y de desenredar las redes. Envió una nota al capitán Diógenes que decía:” Discúlpeme colega, pero me llaman los crustáceos.” Afeitó su gran barba castaña y cambió sus ahorros por un traje de lino gris y un sombrero, embetunó el charol y compro un tiquete de tren para Tierra mansa. Según dijo su hermano, allá le esperaba el magma fiera, la del aroma lindo.

Saúl contrajo la sonrisa indeleble dos días después, cuando después de muchísimo trabajo, el capitán y su persona se habían hecho a mar abierto y ya estaban cargando la segunda red del día repleta de pescado. Diógenes me conto (antes de su episodio, claro) que vio sus ojos transformarse mientras timoneaba, que les vio encenderse de repente, con el fulgor del faro, con el ardor del magma fiero, fiera. Que desnudó sus ropas y destejió a punta de navaja las pesadas redes y junto con la carga de bacalao se vació en los mares para jamás volver, pobre de él que no sabía nadar.

Con suerte diferente no corrió el insigne capitán del insigne buque de insignificante andar. Cuando logró atar la embarcación a tierra firme, y hubo secado sus lágrimas, se despidió de su mujer doña Baldiris y entregó a su hijo Eulalio la escritura del barco, salió muy majo sin explicación o promesa que adivinara su regreso, para abrirse camino entre la selva virgen, laberinto esdrújulo para pájaros y hombres enfermos.

Es evidente que además de varones, la víbora de mentes andariegas, prefiere la piel de aquellos que en el mar su sosiego. Qué hay con los cangrejos, por qué están sus nidos cada vez más cerca?”

Antes de decir el fenotipo de las últimas dos aberraciones, el profesor dibujó con trazo burdo el ritual de incubación de los cangrejos. Aparecían soltando miles de huevos en un mar tranquilo que la noche pasmaba, algunos devolviéndose a la tierra, otros ahogándose en la espuma de las débiles olas, que sus débiles patas de la arena desprendían. Y desde la ventana alta de una casa que entre roca y madera se erguía, estaba su imagen vigilando el trance de la vida como centinela laureado.

Luego del dibujo divagaba sobre las características del virus come hombres y continuaba con los últimos casos:

Esta fuerza femenina, come hombres, esta brújula que encripta la demencia y trastorna el rumbo, se camufla en algún lugar de estas aguas que por las noches me miran, que condensan su palabra al viento como escupiendo un dulce veneno, uno ámbar, delicado y mágico, aun así yo le identifico macho, pues fecunda mas no recibe, no es cántaro sino fuelle del fuego.

Cuentan que uno se harta de las mieles, que jalea no hay suficiente para las ansias, que cuando se le toca, se incuban levaduras debajo de la piel hasta hincharse el alma, que ensordece el pienso, entristece el canto y calienta el tiesto.

Yo le veo caníbal, voraz y etéreo, esta bacteria, virus o epifanía, yo le llamo Cidrón el antropófago.”

“Ese joven médico, que llamaban Ismael, colapsó la noche del 27 de febrero. Nadador del alba en la Costa tierna y bailarín dotado en las noches frías de Vientreselva, esta isla prístina entre el caribe, cuna de morenas y cangrejos. Mientras enderezaba el brazo de un niño flaco en el hospital del centro de la ciudad, se posó en su rostro la luz terrible, y andó despacio hasta la casa, silbando lo que los pájaros, temiendo nada.”

“Esta última nota la escribo el 7 de marzo a las 7:35 de la noche. Paró de llover y ya tomé la cena, atún con jugo de limón y vianda. Hay un ruido que me hace querer salir a tocar con mis pies el agua, quiero decirle a la espuma que juegue con mis dedos, y a esta dulce brisa que me lleve. No más hace unas horas vi unos cangrejos dejar sus huevos en mi ducha, ya me ocuparon la casa; parece que también ellos desvarían. Por mi ventana puedo ver con esfuerzo el contorno de algunas islas aledañas, y oír sus días, y oler sus fuegos arder sobre mi boca.

Ya no te veo intruso, espiarme en la ventana, ahora te invito: ¡invádeme!















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* Cordófono frabricado en algunas islas del Caribe con madera templada de palma y cuerda de tripa. Hornbostel-Sachs, Musical instrument Clasification, 1934, Nautilius editors.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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